De los cazadores y las bestias

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El mundo es peligroso, oscuro y odia la bondad, pero hay quienes hacen este mundo un lugar un poco más amable y seguro para el hombre.

Esos son los cazadores.

Solos o en pareja, ya sea acompañados por perros de caza o con un halcón adiestrado en la mano, estos hombres se dedican a recorrer el mundo y poner fin a las abominaciones animales o vegetales que lo pueblan, las cuales obligan a la gente común de pueblos y ciudades a temer a los bosques y a encerrarse en sus casas durante la noche.

No se sabe cuando surgieron las primeras cofradías, pero parece que siempre han estado aquí, son anteriores a los mas antiguos recuerdos de la humanidad, quizás anteriores al momento en el cual los dioses le dieron a los hombres el regalo de la escritura.

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Jarrón de la época del Imperio Akkemida (caído hace mas de 2000 años), representando una escena donde dos valientes cazadores se enfrentan a una Hydra polystomata.

Armados con su filo de hierro, de plata o de Electrum, o bien –en las naciones donde la pólvora se ha vuelto común- con su mosquete y pistola de rueda, defienden a la gente común de las bestias, ya sean de carne, sangre y hueso común, como también de los monstruos hechos de sustancia antinatural, incluso etérea, difícil de ser herida por el hierro o la plata.

Hay quienes eligieron ese camino, consagrándose a algunas de las cofradías cuyos miembros actúan por el deseo a aportar al bien común y a menudo también por fervor religioso, considerando su misión bendita en nombre de los dioses (aunque también, en ocasiones, aquellos atormentados por sus pecados eligen este camino como un modo de expiar sus culpas). Otros fueron elegidos, aquellos huérfanos a temprana edad, mendicantes en las calles, y que son adoptados por la cofradía, dándoles un propósito y un destino. Allí son alimentados y educados en letras, alquimia y el arte de matar, aprendiendo a diferenciar una rata necrófaga de una rata vengativa, en que momentos es necesario usar el filo de la espada, cuando es mejor el dardo de ballesta envenenado, y cuando recurrir al fuego.

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Un cazador de la Cofradía del Ciervo Lunar.

Cuando son necesarios en una ciudad o aldea, o pueblo de pescadores, o simple granja cuyas gallinas son asesinadas por algo que bebe sangre pero no es zorra ni comadreja (sino algo mucho peor que algún día ira tras el granjero en vez de las gallinas) el cazador hará acto de presencia. Entonces se le explicara el problema, y él lo resolverá, por su honor, por el prestigio de su cofradía, y por una paga: cinco ases de plata si se trata de un chupacabras, diez ases si se trata de matar a un piuchén, un aurens de oro si el trabajo es anular una maldición, y una pequeña fortuna si se trata de un monstruo marino, porque los cazadores son muchas cosas, pero capaces de respirar bajo el agua no es una de ellas.

No todos cobran, aquellos que eligieron el camino voluntariamente y además con la bendición de los dioses trabajan gratis, pero hay un acuerdo tácito de que deben ser alojados decentemente y alimentados con igual decencia durante el tiempo que tome realizarlo (y nunca es dicho en voz alta, pero también está implícito que la decencia se extiende a ofrecerle compañía femenina –o masculina en ocasiones, nosotros no juzgamos- para que sus noches sean agradables y pueda relajarse después de un día de dura cacería), por desgracia para aquellos que los necesitan, ellos son los menos entre los cazadores.

Aunque su principal labor siempre ha sido eliminar monstruos y bestias, a menudo también han actuado anulando hechizos, maldiciones, mal de ojo y todo tipo de magia profana. Son a quienes los reyes y clérigos encargan matar a hechiceros y magos renegados, y castigar a los herejes. Y en un mundo donde cada hombre tiene su dios personal y cada árbol y cada estanque su espíritu protector, lo que es una religión respetada en un reino es una abominación en la región vecina, y si tu rey y tu fe lo mandan, es labor del cazador exterminar a los infieles, y a los dioses en los que creen los infieles.

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Cazador de la Cofradía del Elefante Apisonador.

Un buen ejemplo fue cuando la fe en el Dominus, impuesta mediante guerra y conquista, comenzó a reemplazar a la fe en los Setenta y Siete dioses de Luzhar. Sus templos fueron quemados, cerrados o convertidos en basurales, sus sacerdotes asesinados, sus animales sagrados muertos y comidos en banquetes, y toda expresión de su fe fue considerada anatema. Fue entonces cuando la sagrada Orden de los Cazadores del Trono Dorado fue creada solo para proteger a los inocentes de la corrupción religiosa, manchando sus hachas, lanzas y espadas con la sangre, no de bestias, sino de familias que aun oraban a los Setenta y Siete.

Y ha habido ocasiones en que los reyes y los sacerdotes, el poder terrenal y el poder divino, posan su pesada mano sobre las cofradías, y estas pierden u olvidan su misión original, ya no cazan bestias, sino a todo aquel que amenaza el orden social. Y así el cazador se transforma en un matón al servicio de quienes tienen el poder, oprimiendo a los inocentes que algún día, mucho tiempo atrás, juró proteger, esto ha ocurrido no pocas veces, pero también no demasiadas veces.

A pesar de su valiosa labor, abundan los prejuicios, en muchos lugares se les considera seductores de esposas o/e hijas núbiles (hay casos así, pero no podemos generalizar), también estafadores que presentaran los restos mutilados de un lobo o un animal de granja con la excusa que es una bestia peligrosísima, y se ira de tu aldea con cinco aurens de oro y la falsa seguridad de que ya no hay peligro en los bosques (nuevamente, esto ha pasado, pero no se puede generalizar). Y como ya hemos dicho a veces son la guardia personal y los verdugos de muchos reyes poco queridos por sus súbditos.

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Otro cazador posando orgulloso con todas sus armas.

Luego están los que los consideran solo musculo y una gran espada, y creen que pueden engañarlos y burlarse de ellos. Los cazadores deben ser astutos e inteligentes y la gran mayoría saben leer y escribir, cosa rara entre el pueblo llano e incluso entre la aristocracia. Porque ellos escriben sobre sus experiencias y sus encuentros con monstruos o brujos, valioso conocimiento que es recopilado y analizado por los eruditos de las cofradías, y guardado en las bibliotecas por si algún día resulta útil a otros cazadores.

Pero generalmente de los cazadores se tiene la imagen de fornidos, solitarios y musculosos veteranos con largas barbas blancas y llenos de cicatrices, y a menudo con un solo ojo. Eso es bastante inexacto, los cazadores rara vez llegan a viejos, o mueren o se retiran y enseñan a otros cazadores, y perder un ojo a menudo significa el fin en su oficio. También no son necesariamente solitarios, muchas cofradías alientan a trabajar en pareja, y los cazadores con frecuencia tienen una relación de hermanos entre ellos, también uno experimentado sabrá cuando hay que dejar el orgullo de lado y pedir ayuda a un compañero. Además muchos suelen utilizar animales amaestrados en sus cacerías, perros, lobos, halcones, tejones, por último, hay cazadoras mujeres, pero suelen ser un raras y superadas de uno a diez por los cazadores varones, pero destacan por su inteligencia y sus conocimientos sobre bestias y magia profana, útiles cuando el trabajo requiere una solución más sutil que simplemente recurrir al hierro y al musculo.

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"El dolor comenzó levemente, pero sabía por experiencias pasadas que esto se convertiría en una deliciosa sensación de fuego. Incluso estaba deseando que llegara. Pero el momento pasó pronto, y a continuación estaba realmente en agonía. Pasaba el tiempo y la sensación no acababa, y empecé a tener miedo de morir, y seguía y seguía, y empecé a desear que esto se acabara, que hubiera un fin, empecé a desear morir. Y aun así el fuego en mi boca no disminuía."

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